Úrgalos

Guía de Personajes principales de las aventuras de Eragon y El Legado: Los Úrgalos

Los temibles Úrgalos de Alagaësía

Los úrgalos son criaturas orgullosas y beligerantes que les cuesta forma alianzas incluso entre ellos. Parece difícil de creer que pudieran atacar a los vardenos si no fuera por que Dura, el sombra, les manipulara mentalmente obligando a doblegarse a su voluntad. Una vez Eragon mató a Durza terminó con el dominio que ejercía este sobre los líderes Úrgalos.

Historia sobre los Úrgalos de Alagaësía

Hace mucho tiempo, cuando el dios primigenio aún estaba forjando el continente de Alagaësia, cuando sólo los elfos y los dragones lo habitaban, cuentan que partieron dos barcos humanos hacia esa nueva tierra. Uno salió de la isla de Varden, y otro de la isla de Úrgal. Los habitantes de estas islas eran conocidos por sus sangrientas batallas entre unos y otros. Ambos grupos huían del hambre y la miseria, y desconocían la existencia del otro barco. Esto fue su bendición, pues de haberse encontrado en altamar se habrían aniquilado, tal era su odio mutuo.

Sin embargo, quiso la mala suerte que, al llegar a la costa occidental, crearan sus asentamientos demasiado cerca, tanto que tardaron sólo dos días en encontrarse.

Un explorador vardeno llegó a los lindes del campamento úrgalo, y, desconociendo la identidad de aquellos humanos, se acercó con sigilo para investigar.

Nada más entrar, le sorprendió la violencia de todos esos seres, incluso los niños. Sus temores se hicieron realidad cuando vio la bandera de sus enemigos ancestrales. Abandonó a la vez el sigilo y el campamento, pero no había pasado la última tienda cuando le derribó una flecha.

Los úrgalos lo reconocieron como vardeno, y Kull, su jefe, decidió regar con sangre el campamento de sus rivales.

Atacaron esa misma noche, y, tal como Kull predijo, la sangre regó el campamento, aunque fue más sangre úrgala que vardena la derramada.

Los vardenos, más pacíficos, creyeron suficiente proteger su campamento ahora que sabían que los úrgalos rondaban los alrededores.

En cambio, los úrgalos no se contentaron con la derrota. Con una demostración de inteligencia inusual en ese pueblo, advirtieron que no sobrevivirían a otra batalla, así que partieron tierra adentro en busca de ayuda.

Su búsqueda dio su fruto: encontraron a Beroan, un dragón salvaje tan grande que ocupaba todo el desierto de Hadarac. El dragón escuchó y creyó todas las mentiras que le contaron los úrgalos, y les prometió ayuda con la única condición de que fueran justos en la batalla. Accedieron, y Beroan les dotó de una fuerza sobrehumana. De todas formas, decidió acompañarles para vigilarles.

Los úrgalos se lanzaron con furia contra los vardenos, en una mañana fría que se caldeó con los fluidos vitales de las infortunadas víctimas. Los vardenos eran masacrados sin piedad, sin compasión.

Beroan estaba horrorizado. Lo que veía desde los cielos no le parecía una batalla, sino un genocidio. Se repetía que tal vez esta respuesta no fuese desmesurada, pero cuando vio a un úrgalo- creyó reconocerlo como el jefe- agarrar a un niño y desgajarle la cabeza del cuerpo con las manos desnudas, comprendió que aquellos seres no conocían la justicia o la piedad, por lo que se vio obligado a castigar a aquellos humanos destructores.

Cuando Kull hubo despedazado al último vardeno, bebido su sangre y pisoteado sus vísceras, advirtió que el dragón volaba raso, casi rozando el suelo. El gigantesco reptil no abrió la boca, pero todos los úrgalos escucharon su voz:

“Malditos vosotros, asesinos sanguinarios, si vuestro único deseo es destruir, sea. Desde hoy vuestros cuerpos estarán deformados, sólo viviréis para la violencia y en solitario, y será así hasta que muera el último de vuestros descendientes”

“¡Duraiba ir anat moi!”(¡Humano, cambia en monstruo!)

La maldición de Beroan hizo su efecto: todos los úrgalos tenían ahora una forma terrorífica, y su innata sed de sangre se vio incrementada.

La transformación fue más efectiva en Kull, resultando éste más grande, más feo, más fuerte. Su primer pensamiento fue vengar la traición de aquel engendro alado que les había condenado a una existencia penosa. Agarró una lanza que vio a sus pies, y la lanzó contra el dragón.

El majestuoso reptil vio acercarse la lanza, pero el hechizo le había dejado exhausto, y cuando quiso esquivarla ya le había atravesado el corazón. Antes de que cayera muerto, Kull y los otros ya lo habían olvidado todo y se habían marchado, cada uno en una dirección diferente.

El dios primigenio lloró la pérdida de aquella magnífica criatura, aún la llora. Para que su memoria perdurase entre los mortales, con los huesos de la espalda del dragón creó la cordillera de las Vertebradas, y con el resto de huesos hizo una pila que recibió el nombre de montañas Beor.

En cuanto a los úrgalos, recordó que se había prometido a sí mismo que jamás destruiría a una especie que caminara por el mundo, por terrible que ésta fuera, por lo que se resignó a dejarlos vivir. Ya llegarían humanos más sensatos del otro lado del mar…

Úrgalos

Úrgalos, en el centro de la imagen, en comparación con Humanos, Enanos y Elfos.