Eragon Primer Capítulo

Aquí puedes leer el primer capítulo de Eragon, primer libro de El Legado

Eragon Capítulo 1: El Descubrimiento

Eragon se arrodilló sobre un lecho de junco pisoteado y escrutó las huellas con ojo experto. Estas le indicaban que los ciervos habían pasado por esa pradera hacía apenas media hora, y que pronto se echarían a dormir. El objetivo de Eragon, una hembra pequeña con una pronunciada cojera en la pata izquierda, aún seguía con la manada, y él se sorprendió de que el animal hubiera llegado tan lejos sin que lo atrapara un lobo o un oso.

El cielo estaba despejado y oscuro, pero soplaba una ligera brisa. Una nube plateada, cuyos bordes brillaban bajo la luz rojiza que derramaba la luna llena que se mecía entre dos cimas, flotaba sobre las montañas que rodeaban a Eragon. Los arroyuelos bajaban por las laderas desde los imperturbables glaciares y desde las hondonadas cubiertas de nieve, mientras que una inquietante bruma se arrastraba por la parte baja del valle, tan densa que Eragon casi no se veía los pies.

Eragon tenía quince años, de modo que sólo le faltaba uno para ser todo un hombre. Unas oscuras cejas le enmarcaban los intensos ojos castaños. Llevaba ropa de trabajo gastada, un cuchillo de monte con mango de hueso en el cinturón y un arco de madera de tejo, metido en una funda de gamuza que lo protegía de la humedad. También llevaba una mochila con el armazón de madera.

Los ciervos lo habían obligado a internarse en las Vertebradas, una agreste cadena montañosa que se extendía de un extremo a otro de Alagaësía y de donde procedían con frecuencia historias y hombres extraños, por lo general de mal agüero. Pero a pesar de ello, Eragon no temía a las Vertebradas, de modo que era el único cazador de Carvahall que se atrevía a seguir las huellas de las presas por esos escarpados parajes.

Era el tercer día de caza y se le había acabado la mitad de la comida. Si no lograba cobrar su ciervo, se vería obligado a regresar con las manos vacías, pero su familia necesitaba carne porque el invierno se avecinaba y no podían permitirse el lujo de comprarla en Carvahall.

Eragon se puso de pie en silenciosa calma y echó a andar por el bosque hacia una cañada donde estaba seguro de que descansaban los ciervos. Los árboles impedían ver el cielo y proyectaban sombras difusas sobre el terreno, pero el muchacho miraba las huellas sólo de vez en cuando porque conocía el camino.

Una vez en la cañada tensó el arco con un movimiento diestro, sacó tres flechas y colocó una de ellas sosteniendo las otras con la mano izquierda. La luz de la luna iluminaba unos veinte bultos inmóviles donde la cierva descansaba echada sobre la hierba. La hembra que él quería estaba al final de todo del rebaño y tenía la pata izquierda extendida con torpeza.

Eragon se acercó a rastras despacio, con el arco preparado. Su trabajo de los tres últimos días estaba a punto de culminar. Inspiró profundamente y… una súbita explosión quebrantó la noche.

El rebaño echó a correr. Eragon se abalanzó sobre la hierba mientras un viento feroz le azotaba las mejillas. De pronto, se detuvo y disparó una flecha sobre la cierva que se alejaba saltando.

Erró por muy poco, pero la flecha silbó en la oscuridad. El muchacho soltó una maldición, giró en redondo y colocó otra flecha instintivamente. A su espalda, donde había estado la manada de ciervos, humeaba un gran círculo de hierba y de árboles. Muchos pinos permanecían en pie, pero desprovistos de sus hojas, y la hierba que rodeaba el exterior del círculo calcinado estaba aplastada, al tiempo que una voluta de humo se elevaba por el aire transportando el olor a quemado.

En el centro de la zona devastada yacía una gema de color azul brillante sobre la cual se arremolinaban frágiles zarcillos impulsados por la neblina que serpenteaba por el chamuscado terreno. Eragon se quedó al acecho del peligro durante varios minutos, pero lo único que se movía era la niebla. Destensó la cuerda del arco con cuidado y avanzó. La luz de la luna proyectó una pálida sombra del cuerpo del muchacho cuando éste se detuvo delante de la gema.

Eragon la empujó con una flecha y retrocedió. Como no sucedió nada, la cogió con cautela. La naturaleza jamás había pulido una piedra preciosa tan perfecta como ésa: la superficie era de un color azul oscuro impecable, salvo por las finas nervaduras blancas que la recorrían como una telaraña. Al tocarla con los dedos, Eragon notó que la gema estaba fría y que era completamente lisa, igual que la seda. Tenía una forma oval de unos treinta centímetros de longitud y debía de pesar algunos kilos, aunque era más liviana de lo que parecía.

A Eragon le pareció una gema tan bella como aterradora. ¿De dónde procedía? ¿Serviría para algo? En ese momento se le ocurrió una idea más perturbadora: ¿había llegado allí por casualidad o le había sido enviada por alguna razón? Si Eragon había aprendido algo de las viejas leyendas era a tratar la magia y a los que hacían uso de ella con mucha precaución.

«Pero ¿qué debo hacer con esta gema?», se preguntó. Llevársela resultaría molesto y cabía la posibilidad de que fuera peligroso. Sería mejor dejarla. Tras un instante de indecisión, estuvo a punto de dejarla caer, pero algo se lo impidió. «Por lo menos, servirá para comprar un poco de comida», decidió encogiéndose de hombros mientras la guardaba en la mochila.

La cañada estaba demasiado al descubierto para acampar con seguridad, por lo que volvió a internarse en el bosque y extendió su petate debajo de las descarnadas raíces de un árbol caído. Tras una cena fría de pan y queso, se arrebujó en las mantas y se quedó dormido pensando en lo que había sucedido.

Fin del Primer Capítulo de Eragon. 

eragon